"El hombre puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar... no puede cambiar su pasión"


8 de septiembre de 2010

LÁGRIMAS CELESTES Y BLANCAS‏


El día después teñido de celeste y blanco. Las bocinas sonaban a más no poder y el “vamos… vamos Argentina” se imponía en todo Ciudad del Cabo. Las calles de Camps Bay invadidas por camisetas con el famoso número 10 y las banderas como muestra fiel de ese sentimiento que había tenido otro episodio glorioso, uno más. Los grupos de amigos planeando la forma de llegar a Durban, ultimando los detalles para arribar en caravana a una de las ciudades balnearias más lindas de Sudáfrica. Todo en marcha para seguir dejando ese sello distintivo, para continuar transmitiendo esa pasión que el mundo entero pudo evidenciar en territorio africano desde principios de junio. Las cosas estaban dadas. A esa altura la ilusión era cada vez mayor y la fe era el único estandarte. Las caras lo decían todo, absolutamente todo. Porque en ellas no había más que felicidad y gratitud. Risas y canciones al ritmo de un bombo que ponía la música ideal para un momento único. Ese que todos anhelaban. Por el cual la mayoría de los apasionados había prometido entregar hasta su vida misma. El tren de la felicidad seguía su rumbo. La última parada era la gloria, y no estaba tan lejos. Se había hecho historia. Los colores se erigían en lo más alto. Todo un país vibrando por aquello que lo había paralizado desde hace un mes y que en Sudáfrica se vivía de una manera muy especial. Con el corazón en la mano. Haciendo fuerza por todos. Así eran las cosas en el domingo perfecto que había soñado. Ese era el escenario que mi fanatismo y mi sentimiento configuraron en mi cabeza, poniéndome la piel de gallina. La situación ideal. Quizás demasiada perfecta para ser real. En lugar de ello, la cruda realidad nos refregó un panorama desolador. Uno de los más tristes que yo recuerde. Seguramente bastante más doloroso que hace cuatro años. Sencillamente no me salen las palabras, me quedé sin libreto. No sé qué decir para explicarles tanto dolor, tanta desilusión. Al igual que muchos de los locos apasionados con los cuales compartí este hermoso camino, yo también estoy abatido. Quebrado. Sin ganas de nada. Recibimos un golpazo inesperado y todo desapareció en cuestión de minutos. La angustia que se siente acá es poca comparada con la que se imaginan. El dolor es tal que hasta te duele el pecho. Pero como dice mi sabia madre, hay que ponerle la integridad de uno mismo a los malos momentos. Y no me quería borrar. Por eso estas últimas sensaciones desde lo que pudo ser. Caminar por Ciudad del Cabo fue transitar la tristeza misma. Las lágrimas invadieron cada rostro argentino y ya ni siquiera hubo saludos cálidos entre compatriotas. Cada uno inmerso en su propia infelicidad, escondiéndose del resto para no quebrarse y terminar en un gran llanto infinito. Recorrer las calles de Sudáfrica ya tiene gusto a poco, o mejor dicho a nada. Porque se sigue jugando un mundial, pero no para los argentinos. Se terminó para nosotros. Ya es historia. Y la misma canción que nos alegraba y encendía días atrás, hoy no hace más que clavarnos una daga donde más nos duele. Es imposible no comerse la cabeza pensando en cómo eran las cosas en el “antes”. En esa secuencia que seguramente todos hubiéramos querido guardar para siempre: porque era un momento único, incomparable. Todo inmortalizado en su punto justo, librado de los posibles desencantos que la vida nos pone delante.
Otra vez fueron ellos. De nuevo estos hombres de acero. Mi sueño se topó por segunda vez con esta armada del fútbol que nos mostró cómo es esto de los mundiales, y nos mandó a casa. Perdonen mi falta de precisión, pero en realidad fue la tercera vez que ellos me arrancaron mi sueño de las manos. La primera fue hace mucho, 20 años atrás, cuando apenas era un pequeño de escuela primaria. Luego de una falta que sólo se vio en México, esta pasión que llevo demasiado adentro mío me hizo derramar mis primeras lágrimas. Imposible olvidarlo. Todavía recuerdo a mi queridísima hermana mayor preguntándome qué me aquejaba aquel domingo de invierno de 1990. Claro, ni por asomo se imaginaba que su pequeño hermanito, luego con el tiempo, iba a forjar toda una vida ligada a esto que él mismo intenta explicar sin suerte; suene a locura o no, marca el ritmo de su vida. Tampoco nadie se imaginaba el sábado último, que el desenlace iba a estar marcado por nuestras lágrimas eternas. Debo confesarlo: lloré y mucho. Lo vengo haciendo desde el pitazo final y no me sale otra cosa. Porque no me quería ir de ese estadio, o al menos no de esa manera. La noche misma nos marcó el camino de salida de las tribunas; ni yo ni ninguno de los que se encontraban a mi lado quería que terminara el sueño. Nos aferramos a nuestros asientos por un largo tiempo, con la falsa ilusión de que algo iba a cambiar, que el final de la historia iba a ser otro. Que algo iba a pasar para que los afortunados sean de una vez por todas los que más lo sienten. Pero no. El sábado entendí que tanta pasión y tanto amor no es suficiente. Hay que tener algo más. No alcanza sólo con eso. Los alemanes seguramente tienen la receta perfecta. Su estructura y su frialdad son ideales para estos momentos. Y su fútbol es cada vez mejor. Fueron contundentes y precisos. Si bien “misteriosamente” recuerdo sólo momentos del partido, su victoria no se discute en absoluto. A su oportunidad de oro en el minuto 3, le sumaron todo un repertorio envidiable (lo que sí repudio es todo el análisis mal intencionado con el diario del lunes. Algo típico en los momentos difíciles). A esta altura, no está mal admitir que ellos son ampliamente superiores. Seguramente lo son y lo seguirán siendo. Pero ya se los he comentado, la vara de los que ahí estábamos se mide por otro lado. En el plano donde sí les damos pelea. En el mismo en que reconociéndonos inferiores dentro de la cancha igualmente tenemos fe; creemos que las cosas pueden cambiar y ser distintas. Inclinarse para nuestro lado. Soñamos con intentar plasmar dentro del rectángulo eso que nosotros mismos sentimos. De ahí nuestras canciones, arengas, abrazos. Las banderas que nos envuelven y nos empapan con nuestros colores. Las leyendas de “estamos todos” o de “pasión única”. La locura y la felicidad con que venimos viviendo desde hace un mes. Ese sueño que nos moviliza y que en el camino fue dejando esta vez un puñado de momentos hermosos e irrepetibles. Como diría un autor de mi agrado: la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como esos, instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede, todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos. De ahí nuestra mirada perdida en el horizonte en busca de un por qué. Habíamos hecho nuestra parte al pie de la letra. Pero no fue suficiente. Un vacío absoluto que no se llena con nada. Realmente desagradable darse cuenta que todo lo que se fue forjando desde hace meses, ya no tiene vuelta atrás. No hay retorno posible.

El sueño quedó trunco. El destino y el fútbol nos jugaron nuevamente otra mala pasada para volvernos a casa con las manos vacías. Sólo me queda agradecerles, por haber recibido cálidamente mis líneas a lo largo de toda mi estadía. Pero por otro lado también disculparme. Porque fallé. Porque no traje lo que fui a buscar. Si bien lo dimos todo, no se pudo. No pude traerme eso de lo que les hablé hasta el hartazgo. Imagino que tanto dolor y tanta frustración no va a desaparecer nunca. Sí les puedo decir que a pesar de la angustia con la que estoy viviendo estos días, me propuse llevar con la frente en alto toda mi pasión por estos colores. Por ello no oculté mi camperita argentina, y a pesar de los comentarios continuos e hirientes a cada paso, hoy la sigo vistiendo con orgullo. Lo siento así y sería ir contra mi esencia no hacerlo. El grupo de grandes personas con las que compartí esta epopeya me demostró que es mucho más fácil “esconderse” tras un escudo para no sufrir; para no sentir. Y a tantos kilómetros de distancia se sufre mucho más cuando las cosas salen mal. Pero estaría bastardeando nuestra virtud más linda y genuina ; ocultarnos utilizando la indiferencia como excusa no me parece una opción. La felicidad que fuimos transitando con el correr de los días no se negocia, no puede resignarse así de fácil. Ni con el golpe más duro. Es verdad, no se pudo hacer “Lío” en Ciudad del Cabo, pero les aseguro que lo vivido junto a todos los argentinos no tiene precio. Con los de allá también, obvio. No se dan una idea de cómo nos sentíamos cada vez que recibíamos palabras suyas relacionadas a lo que estábamos viviendo, al sueño de todos. Puede sonar a conformismo, pero los sinsabores como este no hacen más que reafirmar mi forma de sentir tan leal; y la de tantos otros. La pasión y las ganas de trascender que vi en Sudáfrica me dan la razón. Es el final. Imagino que no los molestaré más. Hasta acá llegó tanta pasión. La vida indica que hay que regresar a la normalidad, se terminó ese mes de gracia que tanta ilusión y felicidad nos generó. En África ya no queda nada. Sólo LÁGRIMAS CELESTES Y BLANCAS.

Cariños totales,

Damián , el que no pudo volver campeón mundial.

Pd: El agradecimiento más grande de todos es nada más y nada menos que para mi familia. Ellos bien saben de su importancia invaluable en todo esto.

Pd: Con el dolor a flor de piel también pude entender lo difícil que es ganar un mundial. Por eso nos obsesiona tanto. Hay alguien que lo pudo hacer casi sólo (separando las circunstancias políticas poco “agradables” de nuestro primer éxito). Nos mal acostumbró. Nos hizo grandes. Sin él seríamos la nada misma. Reitero mi pedido de respeto. Conservemos el deber de la memoria. “Barrilete pecho inflado con el Sol de nuestros sueños” Gracias! (aporte de alguien que lo entendió bien http://www.youtube.com/watch?v=7yJDW4iXL6o)

Pd: Como me dijo un gran amigo, con este nuevo golpe, quizás el destino nos esté preparando para una alegría histórica en tierra brasilera. Para que la felicidad sea realmente completa. Porque lo dulce nos es tan dulce sin lo amargo. Soñemos de nuevo… no cuesta nada. Yo les escribo desde allá!

4 de agosto de 2010

VINE A BUSCAR LO QUE ES NUESTRO



Otra vez México. El día pintaba complicado y así lo fue. Para ser sincero, puedo decir que tuve un sentimiento ambiguo durante toda la jornada. Una gran felicidad por un lado, pero una tremenda mala sangre por otro. No les miento, ustedes me conocen bien. Esto para mi es mucho más que un mundial. Mucho más que un simple viaje. Es seguramente algo bastante más grandioso y profundo, que humildemente intento explicarles desde mis modestas líneas. La espera se hizo muy larga y los nervios me ganaron por completo desde el preciso momento que desperté el domingo. Otra vez no era un partido más en mi vida. Ni por asomo. ¿Se acuerdan del 2006? Peor aún. Porque el sueño estaba en juego nuevamente y era la segunda chance que tenía a mi alcance para hacerlo realidad. Los partidos de octavos de final son durísimos y este no iba a ser la excepción. Casi no emití palabra en todo el día. Me desligué un poco de todo. No daba más. Quería cantar pero no podía. Mi cara lo decía todo. Estaba pálido y poco eufórico, algo raro en mi. Es así. Cuando alguien quiere y busca algo con tanta intensidad, es normal que pasen estas cosas. Mientras la previa habitual se desarrollaba en el bar Quilmes, entre cánticos y banderas, tuve que tomarme unos instantes para mi propia humanidad. Para caminar infinitamente en círculo y apretarme los labios a más no poder. Casi al borde del llanto me encontré sólo en una esquina. Rememorando aquello que había empezado en 1990 cuando jugaba en La Plaza Devoto con mi abuelo ( una de las personas más geniales que he conocido); yo era Goycochea y “atajaba” todos los penales. Tuve tiempo de revivir toda la epopeya alemana en mi cabeza y de recordar cada instante. Quizás para saber en qué habíamos fallado. Y cómo fueron las cosas cuatro años atrás. Pero sobre todo porque no quería que esto se acabara de nuevo. Tenía miedo de volver a sentir esa sensación de vacío que sentí aquel 30 de junio, que ya les he contado. En medio de eso (de mi soledad, mi caminata eterna y mi mirada perdida en el pavimento) apareció un amigo mío. Que entiende la lógica en la que vivo y sobre todo mi forma de sentir y vivir esto. Por algo es parte de este gran viaje. Sólo atinó a decirme: “Tranquilo Negrito, hoy estamos todos juntos acá”. Me devolvió el alma al cuerpo; y entre lágrimas le respondí: “Tenés razón. Vamos a hacer lo nuestro”. A partir de ese momento entendí que la única manera de sobrellevar esos nervios era seguir haciendo al pie de la letra eso que me nace desde el corazón en estos momentos. Cantar, saltar, gritar y sobre todo llevar con orgullo mi camiseta celeste y blanca con el DIEZ en la espalda. Demostrar que uno puede estar vivo desde el sentimiento, desde el afuera, independientemente de lo que pasa dentro del verde césped. No podíamos darnos el lujo de que el Soccer City esté mudo. Entonces, emprendimos la caminata hacia las tribunas con el fervor de siempre. Con el mismo grupo de locos apasionados que tiene bien claro lo que quiere, y sobre todo a qué vino. La llegada fue a pura fiesta. Como siempre, los sudafricanos nos miraron atónitos todo el camino. Y los méxicanos con un poco de “miedo”; o más bien de envidia. Porque a ellos no les sale eso. No lo sienten y se sorprenden. A nosotros nos nace; nos sentimos cómodos. Es nuestra única forma de vivirlo. La más genuina. La que queremos seguir defendiendo hasta el final.
El partido comenzó con clima festivo. La tribuna argentina (en una cabecera detrás del arco del arquero mexicano el primer tiempo) era una popular absoluta. Y sabíamos que esa era la manera de aportar nuestro granito. Los primeros veinte minutos la pasamos realmente mal. Los muchachos del 10 no hacían pie y México sacaba rédito con remates desde lejos. Sin embargo, luego llegó la tranquilidad. De la mano de Tevez y un error arbitral. En los pies del Pipita y una jugada de potrero. Nuevamente en los botines de Carlitos, que dejó su sello en el mundial y demostró por qué es uno de los preferidos de la gente (acá todos lo apodan “el jugador del pueblo”). No fue un partido brillante, pero se jugó con inteligencia y sobriedad. Supimos aprovechar la apertura del partido y manejarlo a nuestro favor. Cuando se pudo jugar se jugó y en los momentos difíciles la garra se hizo presente. Como debe ser. Porque esto es un mundial y hay que dar ese plus famoso. Jugar con el corazón, tal cual rezaba una publicidad que hizo estragos en la Argentina. Seguramente haya que mejorar. Confíamos en ello. Pero sobre todo en el equipo y en el técnico. En ese hombre que tuvo que soportar las palabras más injustas y atroces de quienes ni siquiera saben lo que es sentir realmente estos colores. Aquellos que no respetan el pedazo de historia que fue. En los rincones más remotos de África sólo mencionan una palabra cuando uno manifiesta que es argentino: “Maradona”. Lo aman y lo equiparan a un D10S. Según dicen, demostró que se puede llegar a lo más alto sea cual sea la situación de uno. Y que África entera está con él. Los que desde acá vivimos esto, sólo pedimos respeto y sobre todo memoria. Que una vez en la vida nos dediquemos a apoyar a quienes intentan hacernos grandes en algo. Si logramos eso, confío plenamente en que el sueño continúe.

Nos toca Alemania. Otra vez cuartos de final. Como en 2006. De nuevo estos hombres frío. Esos que me arrancaron lo que más quería hace cuatro años. Los mismos que terminaron con aquel viaje de la manera más triste. Los del famoso 30 de junio. El fútbol, como la vida misma, te da revancha. Y a diferencia de quienes querían jugar con Inglaterra, yo prefería enfrentar nuevamente a los alemanes. Porque quería mi revancha. Como diría Serrat, entre estos tipos y yo hay algo personal. Me quedó una espina muy clavada y es una oportunidad de oro para sacármela. Sueño cada hora de esta semana con que el sábado sea EL DÍA. Pagarles con la misma moneda. Vengar sanamente esas lágrimas de Berlín que me lastimaron y mucho. Que el muchachito 10 tenga su partido consagratorio. Como me dijo una persona muy especial, que el calor derrita el hielo; y que la pasión le gane a la estructura. Porque se trata de eso. De una pasión tan grande y tan nuestra que nos distingue. Yo soy un apasionado de esto. Como tantos otros. Y quiero que este sueño siga levantando vuelo. Y si siguen pasando cosas se puede. El fútbol muchas veces gratifica a quien más lo siente. Todo puede pasar. Acá lo vivimos con cautela pero con mucha ilusión. La que no voy a perder nunca; gracias a ella voy a seguir delirando de felicidad. En Ciudad del Cabo se escribirá otro capítulo de este gran sueño. Esperemos sea uno importante. Les prometo que dejaré hasta lo que no tengo para que así sea. Lo daré absolutamente todo. Quiero llevarles eso que me desvela. La felicidad misma. Cuando un sudafricano me preguntó hace algunas horas, para qué había venido a Sudáfrica, pensando en una bandera inolvidable le respondí: VINE A BUSCAR LO QUE ES NUESTRO.

Desde Ciudad del Cabo,

Con amor ,
Damián

28.06.10

29 de julio de 2010

MARTÍN SOÑADOR



Se percibía en el aire. La mayoría de los presentes apostaba el viaje entero a que este señor iba a dejar su sello. También lo deseaban. Porque su vida de película trascendió todo fanatismo previo y últimamente sus “milagros” también se vistieron de celeste y blanco. Imposible olvidar aquel día lluvioso del mes de Octubre. Una época difícil para todos los que hoy dicen presente acá en Sudáfrica. Una sensación tan amarga como inolvidable. Fueron algunos minutos en que el temporal iba de la mano con lo que se estaba viviendo: un panorama frustrante. En aquella oportunidad, los rostros de quienes presenciaron el mal trago lo decían todo. Fueron instantes de pánico total y la lluvia no hacía más que enrarecer todo. Pero apareció él. Como en una película. Para concretar nuevamente una epopeya y enderezar un barco que tenía al fondo del mar como destino. Puso su sello como otras tantas veces, pero quizás sin saber que aquel aporte resultó ser el cimiento más fuerte de este sueño que se alimenta desde la fría Sudáfrica. En Polokwane apareció nuevamente para emocionar a todos. A los de acá y a los de allá. Le terminó de dar forma a lo que instantes antes habían iniciado sus compañeros. Ese número 18 quedará en la historia, al igual que las lágrimas derramadas gracias a él y en su honor. Otro peldaño más de esa escalera que conduce a lo más alto y que a esta altura ya no entiende de racionalidad.
El martes transcurrió con mayor tranquilidad que de costumbre. Seguramente algo entendible dado las circunstancias. Pero imagino que ciertos comportamientos se mantendrán idénticos, sin dependencia alguna de los acontecimientos. El grupo de soñadores alimentó su sueño tal cual lo venía haciendo. Con pasión, energía y esas ganas locas de trascender que emocionan a cualquiera. El famoso sentimiento que les brota desde el alma y que por más que intentan explicar, nunca encuentran la manera. Porque no se entiende. Tampoco se explica. Simplemente es así. Viene con cada uno y se contagia entre pares. Como esa otra sensación que anda dando vueltas desde principios de junio en tierra africana. La que pone de manifiesto un repudio total a lo que se fue generando desde hace unos meses a esta parte. Aquella premisa de que estaba todo perdido, que no valía la pena ni intentarlo; peor no podían estar las cosas y el desastre era total e irreversible. Como nunca antes. O mejor dicho, como siempre. Déjenme decirles que existe un grupo de personas que nunca entendió esa lógica. Y que decidió apostar por este sueño. Haciendo oídos sordos a la teoría apocalíptica y demostrando que creyendo se puede volar alto. Al día de hoy, esto es un carnaval celeste y blanco. Y nadie puede decir lo contrario. Pase lo que pase. El destino quiso que Grecia quedara atrás y que sea nuevamente México el escollo a superar, como en 2006. Empezamos a transitar un terreno pantanoso, difícil y delicado, ya que como vengo sosteniendo, las cosas pueden cambiar en cuestión de segundos y el sueño desaparecer barranco abajo. Pero la ilusión desde acá la tenemos, y yo más que nunca. Porque lo veo en los rostros de quienes me acompañan, en sus comentarios, en cada una de las calles donde la marea de argentinos transmite algo que al día de hoy el país anfitrión y gran parte del mundo no comprende. No están acostumbrados a esos abrazos eternos, ni a las banderas y mucho menos a esa capacidad peculiar de transformar un tranquilo restaurante en una tribuna con los colores argentinos. Y todo eso te llega al alma. Porque me deleito viendo jugar al muchachito 10 y sus compañeros. Porque me agarra un frío inexplicable en el cuerpo cuando me detengo a pensar en todo esto que vivo y siento desde acá. Y también en el allá. Pero todo producto de la emoción y de este sueño que me acompaña desde siempre. Porque siento que se puede. Porque están pasando cosas. Muchas. De esas significantes, que quieren decir algo. De las buenas. Las mismas que nosotros mismos alimentamos para que sigan sucediendo. Les aseguro que están pasando. Sino… pregúntenle a MARTÍN SOÑADOR.


DESDE PRETORIA,


24.06.10

ESTAMOS TODOS


Habían pasado casi dos horas. El Sol empezaba a esconderse y el frío volvía a amenazar como todos los días. El grueso del público ya había emprendido la retirada. Pero sin embargo, allí estaban ellos. Otra vez los de celeste y blanco desafiando a la lógica, al clima y a la rigidez organizativa. Nuevamente todos unidos en un grito. Es difícil explicarlo sin caer en lugares comunes y sin sonar reiterativo. Resultó imposible hacerle entender a 20 policías sudafricanos que aquel grupo de gente quería que la fiesta continuase. Grupos de amigos, familiares, mujeres, hombres de edad, argentinos de todas partes del mundo, todos cantando a más no poder y abrazándose unos a otros. Acá todo se potencia. Acá uno es más argentino de lo que normalmente demuestra. Acá uno grita y sufre por todos, por todos aquellos que hacen fuerza desde los sillones y que piensan que de una vez por todas se puede dar. Acá uno se contagia. De los esfuerzos de unos, de los anhelos de otros y de esas ganas locas que se evidencian en cada canción y en las gargantas devastadas de tanta algarabía. Acá uno siente culpa si no deja todo, si no aporta su granito de arena. Tambores, bombos, banderas y un ritual difícil de entender para los que no lo sienten. Seguramente la muestra más genuina y sincera de una pasión con la que convivo desde pequeño. Ya lo dije: es difícil no pecar de exagerado, aunque haber estado saltando por dos horas con miles de argentinos, en un Soccer City Stadium casi vacío, me hizo entender que no soy el único loco en este cuento de ensueño. Que muchos comparten esto que me trajo nuevamente aquí, con la mochila llena de ilusión y el pecho inflado con nuestros colores.
Desde adentro el alivio llegó muy rápido. Bastaron unos minutos para dejar en claro que el camino al objetivo común debe transitarse de esta manera. Con pasión, entrega y fútbol. Cuando las cosas no salen hay que recurrir a ese plus que siempre se necesita. Y mientras los 11 elegidos entendían eso, los toques distintivos de algunos de ellos empezaron a aparecer. Otra actuación modesta que sirve para ganar en confianza pero de ningún modo para confiarse. Porque el fútbol es tan lindo como traicionero; en segundos uno puede pasar del cielo al infierno. Creo que la cautela debe ser primordial, aunque no agradecer lo hecho por Higuían, Messi y compañia en el Soccer City, sería simplemente una herejía. Nos hicieron muy felices, al menos por esos 90 minutos. Hay una apreciación de aquel grupo apasionado de argentinos que no debe pasarse por alto: el mejor del mundo esta vez juega para nosotros. Digan lo que digan, sea cual sea el resultado final, el as de espadas se viste de celeste y blanco y usa la camiseta 10. La resistencia coreana fue testigo de ello y casi que no pudo combatir el repertorio de este genio que seguramente no frotó su lámpara en su máximo esplendor (pero seguramente lo hará en los momentos claves de este largo camino).
Otro episodio de este sueño, otros tantos gritos y una analogía con aquello sucedido hace cuatro años. Nuevamente un día memorable. Ojalá el final esta vez sea de otra manera, como todos deseamos. Porque lo merecemos. Los que gritan en suelo africano y los que desde el otro lado del océano cambiaron el eje de sus vidas por un mes irrepetible. Esta es nuestra forma de decir presente, la que tenemos más a mano. Aquella en la que no nos sentimos menos que nadie y a pesar que no palie todo el resto de las cosas que nos pasan día a día, nos brota desde lo más profundo. Johanesburgo nuevamente fue testigo de otra muestra de fidelidad eterna a estos colores. Porque acá, no están solamente los jóvenes de las banderas, los hombres adultos que se conocen desde la primaria, el grupo de argentinos llegados vía Europa o las parejas amigas que comparten este sentimiento; acá en Sudáfrica por este mes, ESTAMOS TODOS.

desde Polokwane

20.06.10

25 de junio de 2010

MADE IN PRETORIA


El 30 de junio de 2006 fue difícil de olvidar. Son marcas que quedan para siempre y que el tiempo no hace más que agrandarlas. Uno revive cada instante en la propia cabeza, cada pequeño detalle de una historia que podría haber sido muy diferente pero no lo fue. Y esos recuerdos terminan empañando los ojos con los restos de aquel sueño que se esfumó en algunos segundos. Ese día imborrable, un personaje peculiar se quedó sentado casi dos horas en su asiento. Rodeado de soledad, masticando bronca, buscando explicaciones a algo que no lo tenía, preguntándose por qué otra vez le habían pegado donde más le dolía. La majestuosa Berlín albergó ese episodio que por algunos instantes pudo haber sido distinto. Con el dolor a flor de piel, ese pequeño hombre se retiró del estadio prometiéndose a sí mismo que daría todo lo que fuera necesario para volver algún día con eso que no pudo traerse de suelo alemán. Con eso que le quitó el sueño toda su vida y que con mucho dolor no tuvo más que mirar de reojo en 2006.
Pasaron cuatro años. Muchísimas cosas. Algunas se mantuvieron igual. Como esa sensación casi indescriptible que lo invade cuando escucha ese grito mancomunado teñido de celeste y blanco. Y ya en junio de 2010 su día arrancó con ese sonido, que se fue transformando en música con el paso del tiempo. Ya no era la triste Berlín, sino una alegre Pretoria que le daba la posibilidad de volver a sentir lo que alguna vez. Bajó de su habitación y se encontró con todas esas almas vestidas con la camiseta argentina. Esa que lucían con el pecho inflado. La misma que todos habían dicho que no cambiarían por nada del mundo. El grupo de jóvenes tenía una misión clara: tratar de aportar lo suyo para que el famoso sueño empiece a tomar forma de nuevo. Con tan sólo ver las caras de todos ese sábado, uno se daba cuenta que nadie les iba a quitar la ilusión. ¿Cómo quitárselas si lo único que hacían era arengarse unos a otros? Era simplemente PRETORIA, el inicio de la historia. El lugar que los había unido a todos ellos. La caravana de autos comenzó justamente allí, en la vereda de Visage Street, donde de alguna manera se comenzó a gestar ese anhelo supremo. La ruta adecuada indicaba el Ellis Park como destino. Y los autos argentinos pusieron todo el color. Cánticos, abrazos, dedicatorias y banderazos fueron algunos de los tantos condimentos que sorprendieron a un grupo de atónitos sudafricanos. Las calles inundadas de sentimiento, de color y adrenalina. El debut estaba tan sólo a unos minutos. Pero los gritos aturdían a cualquiera. Emocionaban. Porque salían del alma y representaban la angustia y los deseos de todos aquellos que sentían lo mismo frente al televisor. La espera fue combatida con charlas, cervezas y un sinfín de canciones que nucleaban a todos.
El mismo personaje de 2006 entró a otro imponente estadio pero ya sin asombrarse. Tan sólo se quedó contemplando esa tribuna que no hacía más que gritar por su ídolo y por el puñado de muchachos que tenían la suerte de ser los actores principales de otro debut. Pensó en soledad por unos minutos y supo que nuevamente tenía una oportunidad de oro delante suyo. Como hace cuatro años sólo restaba hacer todo lo posible para volver a casa con la misión cumplida. Un rato después los muchachos del 10 no dejaron volar a las águilas verdes y dieron ese primer pasito para adelante. El corazón de un férreo defensor se elevó más que todos y envío hacia la red lo que terminó siendo una victoria tan sufrida como necesaria. El pequeñito que vive en Barcelona dio muestras de lo que realmente es, y mandó un claro mensaje a todos sus rivales: para voltearlo, primero tienen que alcanzarlo. Los argumentos no fueron tantos, la actuación fue modesta, pero la ilusión de los jóvenes de Pretoria corre por otro lado. Se mide con otra vara. Con esa que cada uno lleva adentro y que no responde a ninguna lógica. De repente cayó la noche. Era de hora de abandonar el primer escenario para regresar al búnker pretoriano. No podía ser de otra manera: el regreso fue en caravana y con cánticos. Los nervios quedaron atrás. A lo lejos se pudo escuchar una frase “… sé que volveremos…”. Argentina y Nigeria jugaron en Johannesburgo, pero para el personaje en cuestión y su grupo de locos apasionados, el comienzo del sueño tenía el sello MADE IN PRETORIA.

desde Pretoria,


13-06-10



4 de mayo de 2010

Día F


La noche previa a un evento trascendental nunca es fácil y la mía no fue la excepción. Nos fuimos a dormir medianamente temprano, porque estábamos muy ansiosos... pero nada sirvió... no pegué un ojo en toda la noche, me desperté 400 veces y di vueltas y vueltas... quería que llegara... porque sabía que iba a ser importante, al menos para mi. Después de muchos preparativos nos tomamos el tren desde Dortmund hacia Gelsenkirchen. El nivel de locura era bajo... estábamos tranquilos... nos hicimos amigos de un venezolano y del hermano oculto de Mike Jagger... estaba cansado y dije "bueno, una vez andá tranquilo nene!"... NO!!! obvio que no pasó eso. Apenas desembarcamos en esta ciudad extraña, se desató la fiesta, algo indescriptible.. nunca me voy a olvidar esa manada interminable de gente en un estacion de 2 x 2 ... la ciudad tiene 100 mil habitantes, y recibió sólo el día del partido 52 mil personas, casi todas celestes y blancas. Nos tomamos el trencito al estadio y a esa altura ya estábamos en Argentina... yo como loco, como la otra vez, contemplando y disfrutando. Empezaron los cánticos "vamos vamos", "soy argentino", "el que no grita Argentina"... hasta que llegó "el que no salta es un inglés"...nunca vi algo así... el tren se movía como un samba, para todos lados... y el que manejaba tuvo que pedir por altoparlantes que la gente dejara de saltar, porque el suelo tocaba abajo con las vías.. y no podía avanzar!! no se podía creer. Una vez en el estadio, un breve paso por el bar de Quilmes y adentro, la ansiedad era incontrolable.

Entré, y ahi otra vez como contra Costa de Marfil... lleno de banderas, gente por todos lados, abrazos , fotos, y yo como un tonto mirando el estadio... techado, espectacular. Según nos dijeron, el mejor de todo Europa... parecía un nene... pero soy adulto... parecía de película, pero era en vivo y en directo. Empezó el partido, con la emoción todavia latente del himno.... es jodido ese momento... uno siempre lo vió por la tele. Por suerte no hubo lugar para sufrir... porque vi la mayor demostración de fútbol de toda mi vida. Fue de no creer... era agradecer minuto tras minuto por estar ahi... lo que jugó Argentina!! por Dios!! Fútbol puro!! y simple ! y lujoso! y todo!! Contra los "temibles" serbios... pocas veces me sentí tan realizado como el viernes... en serio, la felicidad me brotaba a más no poder... fue demasiado... y lo disfruté, cada minuto.

Del partido, les puedo decir que el Pato está cada vez mejor... Burdisso mejoró bastante, los centrales son leones y dejan la vida... Sorín fue el mismo de siempre... Masche otra fiera suelta, Cambiasso hizo un gol para la historia... Maxi R demuestra por qué es titular, Román empezó a hacer de las suyas... me saco el sombrero para apaudir a Saviola... porque recuperó su potrero... y aplaudo nuevamente a mi pollo Hernán CRESPO... el pibe sabe que es su última chance, no quiere vivir a la sombra de un ídolo... y se mata en cada partido, está enchufadísimo... y la metió de nuevo.. . bien de goleador... ni hablar del taquito en el gol del Cuchu. Excelente lo de Tevez, también lo de Messi... la verdad, fue todo perfecto... estos pibes tienen hambre, creen que pueden y se divierten... juegan al fútbol; podemos llegar a perder en octavos o cuartos de final por un gol insólito o un penal, pero las ganas de trascender que tiene este equipo son increíbles.
Lo de la gente después del partido ya no sorprende... una hora y media adentro del estadio... nadie se quería ir. Y tuvieron que echarnos, porque había que cerrar!!! Los de la organización no lo podian creer!! nos sacaban fotos!! y nosotros cantábamos y cantábamos... hasta bailaron con nosotros los alemanes, tan serios que parecían. Porque lo que veían era inusual. Incluso salió Scaloni a filmarnos y después nos dijeron que el video le llegaba al plantel... fue una locura.. la gente estaba emocionada, lloraba y no quería que se acabara la fiesta... y la fiesta no se acabó... nunca se va a acabar, el 16 de junio de 2006 va a ser recordado... porque habian pasado 6 goles, no fue un partido más, al menos en mi vida... nunca me voy a olvidar de ese estadio y de todo lo que paso allí... yo siento que se puede, se tienen que dar un par de cositas, pero se puede... por qué no?? será esta vez?? El futbol es jodido, traicionero, en un minuto te quedás afuera de todo... pero el sueño está intacto gente! Quién me saca las ganas de llegar alto? Nadie... y con tanto fútbol menos... vamos por la gloria... y la transitamos de a poquito... Soy un agradecido por lo que estoy viviendo, lo voy a guardar en lo más profundo de mi corazón. El 16 de junio será un día de esos que me arrancará una sonrisa cuando ya viejo lo recuerde... o cuando le cuente a alguien que yo estuve allí presente... en el Día F (útbol).


desde Gelsenkirchen, con amor...



DAMIÁN... el que quiere volver campeón mundial

17-06-2006

24 de enero de 2010

Hasta Siempre



El hombre estaba en una situación límite. Tan sólo lo separaban doce pasos del desenlace. Y no era un escenario más en su vida. Del otro lado se podía vislumbrar la gigantez de otro hombre, que también era
partícipe de aquel episodio. Transcurría la parte final de la historia y la expectativa era grande. El silencio se había apoderado de la situación y las miradas estaban concentradas en el último detalle. El hombre contempló su alrededor y se acomodó como pudo. Le pasaban mil cosas por la cabeza, emociones que le generaban un sentimiento dual de tristeza y felicidad. Sabía que era el último "toque" y por eso no quería fallar. Por su forma de ser nunca se lo hubiese permitido, y mucho menos perdonado. Fue ahí cuando recibió un guiño del destino, o más precisamente de la persona que se encontraba a 7 metros de distancia bajo aquella estructura tubular. Tan sólo una mirada, una seña de complicidad que bastó para que ambos entendieran lo mismo. El protagonista entonces se dirigió con tranquilidad hacia esa figura esférica, la acarició y empujó suavemente. Unos segundos después, la misma se encontraba acurrucada en una red que la albergaría para siempre. Porque después de eso se daría el cierre definitivo de un momento único que perduraría en la memoria de aquel hombre. Sólo habría lugar para la emoción, los abrazos y un agradecimiento eterno.
El hombre en cuestión entendió que nunca nadie lo había comprendido tan bien en su esencia como aquel grupo de personas. Porque lograron resumir en una noche todo aquello que este individuo sentía y pensaba. La situación era como una foto de su vida, seguramente el final ideal que hubiese elegido si alguna vez le hubiesen dado la posibilidad de hacerlo. Había observado despedidas ajenas de todo tipo, pero nunca una en carne propia. Y mucho menos con el calibre de lo que después le tocó en suerte. No era sólo una despedida. Era un homenaje. Pero tampoco era un simple homenaje, sino que se trataba de un partido homenaje y sorpresa. Nunca hubiese soñado algo semejante. De hecho, ese viernes había arrancado como cualquier otro, a sabiendas que sería el último, pero sin imaginar que la fecha quedaría grabada en su memoria de por vida. Todo resultó tal como se había planificado. Un trabajo de logística envidiable y sin fisuras. Pero por sobre todas las cosas con una carga emotiva difícil de describir. Hubo que d
edicarle tiempo, ganas y mucha organización. Llevaron a la práctica, la mejor manera de cerrar una historia que había sido tan linda como inolvidable. Porque aquel grupo que se hizo presente el recordado 27 de Noviembre, sencillamente había marcado una época. Y llegaron todos juntos para dar inicio al encuentro que con tanta dedicación habían planeado. Entraron sigilosamente y sorprendieron. El protagonista de esta historia miraba a su alrededor sin saber qué pasaba. Intentó buscar alguna respuesta en aquel que había sido la carnada de la coartada, pero sólo se topó con una gran sonrisa. Le tomó varios minutos darse cuenta que la masa de gente lo buscaba a él, que había sido víctima de un engaño, pero del más lindo de los engaños. Era su despedida y la emoción le impidió expresarse como le hubiese gustado. No caía en la situación. No entendía absolutamente nada. Y sobre todo, no comprendía cómo él podía ser merecedor de todo eso, de tanto afecto. Tal era la emoción y la sorpresa que la perplejidad le ganó a las pronosticadas lágrimas. Porque estaban todos parados frente a él. Absolutamente todos. De un lado los azules, del otro, los blancos. Todos con su nombre en la espalda, con todo lo que ello implica. Esa rúbrica significaba mucho en el mundo peculiar en el que él analizaba todo. Y afuera ellas. Las que soportando el incesante calor concurrieron fervorosamente sin siquiera poder entrar al rectángulo verde que generaba tantas sensaciones. Las inigualables, que con su encanto le dieron el toque distintivo a la noche.

Lo que transcurrió allí fue anecdótico. Hubo tiempo para todo. Quedaron para el recuerdo las corridas del blondo joven de buen pie y Coco grande, como así también las apariciones sutiles del canario que parecía una Mosca. Los azules pudieron disfrutar de la magia y los embates del dúo dinámico, que formaban un oriundo de Córdoba y un Polaco porteño. El famoso tiburón hizo de las suyas con su chispa habitual y el futbolista
rolinga auspiciado por Converse demostró que podía gambetear compañeros y rivales. La sorpresa la dio un tímido personaje rubio que cosechó elogios al por mayor, y que mostró el camino al fortachón de visión ovalada que fue pura entrega y corazón. La velada contó además con el aporte de un recuperado muchacho de origen Ruso, que hizo lo suyo para vulnerar a un ex basquétbolista polifuncional. En la batalla por el honor, el más experimentado y sereno utilizó su "Kabeza" para guiar a lo suyos y hasta el joven serio por fuera, pero desfachatado por dentro, quiso decir presente pese a sus dolencias físicas. Todo transcurrió ante la atenta mirada de las cálidas espectadoras, protagonistas y gestadoras de esta gran sorpresa. La niña rockera acompañada de su entrañable amiga futbolera de Belgrano seguían minuto a minuto lo que entregaban blancos y azules. La glamorosa morocha comentaba las acciones del partido con la carismática camarógrafa nacida en Pringles. Tampoco podía faltar la comandante del grupo, quien exitosamente y con mucho instinto supo nuclear a un manojo de personas que en todo momento respondió por ese sentimiento grupal. La noche terminó de la mejor manera, con un abrazo eterno y con la felicidad propia de un día inolvidable. Aquel hombre se sintió homenajeado, fue un mimo a su forma de sentir y vivir las cosas. Una sensación que reforzaba algo que él defendía a capa y espada: aquella premisa sostenía que aunque a veces parezca lo contrario, siempre vale la pena pelear por la esencia de uno mismo, por más tragos amargos y sufrimientos que se interpongan en el camino. De repente llegó un puñado de seres humanos para darle lo mejor a alguien que se sintió y se sentirá en deuda hasta el final de sus días. Pocas veces se lo vio a este hombre tan realizado. Fue una muestra genuina de cariño de esas que valen mucho y que marcan para siempre.

El individuo no tuvo más que disfrutar de aquel regalo, agradecer y dedicar algunas palabras que resultaron casi minúsculas comparadas con tal muestra de afecto. La leyenda cuenta que varios días más tarde, fue el mismo protagonista de esta historia quien caminando por Microcentro vió algo que lo hizo emocionar aún más. UNA PELÍCULA (versión completa al final del relato). En su nombre y honor. Esta vez las lágrimas sinceras tuvieron su lugar. Ni toda la emoción ya vivida pudo contener el llanto de quien se despedía de algo hermoso. De un grupo de personas al que luego extrañó día tras día. Los mismos que le enseñaron cientos de cosas y con quienes compartió momentos y vivencias. Le tocaba bajarse de ese maravilloso tren una estación antes, con una gran ilusión pero con la tristeza lógica de quien deja atrás algo muy lindo. Antes de descender, una persona especial le dijo, que aquello no era ni un "Adiós" ni un "Hasta Luego" sino más bien un HASTA SIEMPRE.