"El hombre puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar... no puede cambiar su pasión"


25 de junio de 2010

MADE IN PRETORIA


El 30 de junio de 2006 fue difícil de olvidar. Son marcas que quedan para siempre y que el tiempo no hace más que agrandarlas. Uno revive cada instante en la propia cabeza, cada pequeño detalle de una historia que podría haber sido muy diferente pero no lo fue. Y esos recuerdos terminan empañando los ojos con los restos de aquel sueño que se esfumó en algunos segundos. Ese día imborrable, un personaje peculiar se quedó sentado casi dos horas en su asiento. Rodeado de soledad, masticando bronca, buscando explicaciones a algo que no lo tenía, preguntándose por qué otra vez le habían pegado donde más le dolía. La majestuosa Berlín albergó ese episodio que por algunos instantes pudo haber sido distinto. Con el dolor a flor de piel, ese pequeño hombre se retiró del estadio prometiéndose a sí mismo que daría todo lo que fuera necesario para volver algún día con eso que no pudo traerse de suelo alemán. Con eso que le quitó el sueño toda su vida y que con mucho dolor no tuvo más que mirar de reojo en 2006.
Pasaron cuatro años. Muchísimas cosas. Algunas se mantuvieron igual. Como esa sensación casi indescriptible que lo invade cuando escucha ese grito mancomunado teñido de celeste y blanco. Y ya en junio de 2010 su día arrancó con ese sonido, que se fue transformando en música con el paso del tiempo. Ya no era la triste Berlín, sino una alegre Pretoria que le daba la posibilidad de volver a sentir lo que alguna vez. Bajó de su habitación y se encontró con todas esas almas vestidas con la camiseta argentina. Esa que lucían con el pecho inflado. La misma que todos habían dicho que no cambiarían por nada del mundo. El grupo de jóvenes tenía una misión clara: tratar de aportar lo suyo para que el famoso sueño empiece a tomar forma de nuevo. Con tan sólo ver las caras de todos ese sábado, uno se daba cuenta que nadie les iba a quitar la ilusión. ¿Cómo quitárselas si lo único que hacían era arengarse unos a otros? Era simplemente PRETORIA, el inicio de la historia. El lugar que los había unido a todos ellos. La caravana de autos comenzó justamente allí, en la vereda de Visage Street, donde de alguna manera se comenzó a gestar ese anhelo supremo. La ruta adecuada indicaba el Ellis Park como destino. Y los autos argentinos pusieron todo el color. Cánticos, abrazos, dedicatorias y banderazos fueron algunos de los tantos condimentos que sorprendieron a un grupo de atónitos sudafricanos. Las calles inundadas de sentimiento, de color y adrenalina. El debut estaba tan sólo a unos minutos. Pero los gritos aturdían a cualquiera. Emocionaban. Porque salían del alma y representaban la angustia y los deseos de todos aquellos que sentían lo mismo frente al televisor. La espera fue combatida con charlas, cervezas y un sinfín de canciones que nucleaban a todos.
El mismo personaje de 2006 entró a otro imponente estadio pero ya sin asombrarse. Tan sólo se quedó contemplando esa tribuna que no hacía más que gritar por su ídolo y por el puñado de muchachos que tenían la suerte de ser los actores principales de otro debut. Pensó en soledad por unos minutos y supo que nuevamente tenía una oportunidad de oro delante suyo. Como hace cuatro años sólo restaba hacer todo lo posible para volver a casa con la misión cumplida. Un rato después los muchachos del 10 no dejaron volar a las águilas verdes y dieron ese primer pasito para adelante. El corazón de un férreo defensor se elevó más que todos y envío hacia la red lo que terminó siendo una victoria tan sufrida como necesaria. El pequeñito que vive en Barcelona dio muestras de lo que realmente es, y mandó un claro mensaje a todos sus rivales: para voltearlo, primero tienen que alcanzarlo. Los argumentos no fueron tantos, la actuación fue modesta, pero la ilusión de los jóvenes de Pretoria corre por otro lado. Se mide con otra vara. Con esa que cada uno lleva adentro y que no responde a ninguna lógica. De repente cayó la noche. Era de hora de abandonar el primer escenario para regresar al búnker pretoriano. No podía ser de otra manera: el regreso fue en caravana y con cánticos. Los nervios quedaron atrás. A lo lejos se pudo escuchar una frase “… sé que volveremos…”. Argentina y Nigeria jugaron en Johannesburgo, pero para el personaje en cuestión y su grupo de locos apasionados, el comienzo del sueño tenía el sello MADE IN PRETORIA.

desde Pretoria,


13-06-10