"El hombre puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar... no puede cambiar su pasión"


4 de agosto de 2010

VINE A BUSCAR LO QUE ES NUESTRO



Otra vez México. El día pintaba complicado y así lo fue. Para ser sincero, puedo decir que tuve un sentimiento ambiguo durante toda la jornada. Una gran felicidad por un lado, pero una tremenda mala sangre por otro. No les miento, ustedes me conocen bien. Esto para mi es mucho más que un mundial. Mucho más que un simple viaje. Es seguramente algo bastante más grandioso y profundo, que humildemente intento explicarles desde mis modestas líneas. La espera se hizo muy larga y los nervios me ganaron por completo desde el preciso momento que desperté el domingo. Otra vez no era un partido más en mi vida. Ni por asomo. ¿Se acuerdan del 2006? Peor aún. Porque el sueño estaba en juego nuevamente y era la segunda chance que tenía a mi alcance para hacerlo realidad. Los partidos de octavos de final son durísimos y este no iba a ser la excepción. Casi no emití palabra en todo el día. Me desligué un poco de todo. No daba más. Quería cantar pero no podía. Mi cara lo decía todo. Estaba pálido y poco eufórico, algo raro en mi. Es así. Cuando alguien quiere y busca algo con tanta intensidad, es normal que pasen estas cosas. Mientras la previa habitual se desarrollaba en el bar Quilmes, entre cánticos y banderas, tuve que tomarme unos instantes para mi propia humanidad. Para caminar infinitamente en círculo y apretarme los labios a más no poder. Casi al borde del llanto me encontré sólo en una esquina. Rememorando aquello que había empezado en 1990 cuando jugaba en La Plaza Devoto con mi abuelo ( una de las personas más geniales que he conocido); yo era Goycochea y “atajaba” todos los penales. Tuve tiempo de revivir toda la epopeya alemana en mi cabeza y de recordar cada instante. Quizás para saber en qué habíamos fallado. Y cómo fueron las cosas cuatro años atrás. Pero sobre todo porque no quería que esto se acabara de nuevo. Tenía miedo de volver a sentir esa sensación de vacío que sentí aquel 30 de junio, que ya les he contado. En medio de eso (de mi soledad, mi caminata eterna y mi mirada perdida en el pavimento) apareció un amigo mío. Que entiende la lógica en la que vivo y sobre todo mi forma de sentir y vivir esto. Por algo es parte de este gran viaje. Sólo atinó a decirme: “Tranquilo Negrito, hoy estamos todos juntos acá”. Me devolvió el alma al cuerpo; y entre lágrimas le respondí: “Tenés razón. Vamos a hacer lo nuestro”. A partir de ese momento entendí que la única manera de sobrellevar esos nervios era seguir haciendo al pie de la letra eso que me nace desde el corazón en estos momentos. Cantar, saltar, gritar y sobre todo llevar con orgullo mi camiseta celeste y blanca con el DIEZ en la espalda. Demostrar que uno puede estar vivo desde el sentimiento, desde el afuera, independientemente de lo que pasa dentro del verde césped. No podíamos darnos el lujo de que el Soccer City esté mudo. Entonces, emprendimos la caminata hacia las tribunas con el fervor de siempre. Con el mismo grupo de locos apasionados que tiene bien claro lo que quiere, y sobre todo a qué vino. La llegada fue a pura fiesta. Como siempre, los sudafricanos nos miraron atónitos todo el camino. Y los méxicanos con un poco de “miedo”; o más bien de envidia. Porque a ellos no les sale eso. No lo sienten y se sorprenden. A nosotros nos nace; nos sentimos cómodos. Es nuestra única forma de vivirlo. La más genuina. La que queremos seguir defendiendo hasta el final.
El partido comenzó con clima festivo. La tribuna argentina (en una cabecera detrás del arco del arquero mexicano el primer tiempo) era una popular absoluta. Y sabíamos que esa era la manera de aportar nuestro granito. Los primeros veinte minutos la pasamos realmente mal. Los muchachos del 10 no hacían pie y México sacaba rédito con remates desde lejos. Sin embargo, luego llegó la tranquilidad. De la mano de Tevez y un error arbitral. En los pies del Pipita y una jugada de potrero. Nuevamente en los botines de Carlitos, que dejó su sello en el mundial y demostró por qué es uno de los preferidos de la gente (acá todos lo apodan “el jugador del pueblo”). No fue un partido brillante, pero se jugó con inteligencia y sobriedad. Supimos aprovechar la apertura del partido y manejarlo a nuestro favor. Cuando se pudo jugar se jugó y en los momentos difíciles la garra se hizo presente. Como debe ser. Porque esto es un mundial y hay que dar ese plus famoso. Jugar con el corazón, tal cual rezaba una publicidad que hizo estragos en la Argentina. Seguramente haya que mejorar. Confíamos en ello. Pero sobre todo en el equipo y en el técnico. En ese hombre que tuvo que soportar las palabras más injustas y atroces de quienes ni siquiera saben lo que es sentir realmente estos colores. Aquellos que no respetan el pedazo de historia que fue. En los rincones más remotos de África sólo mencionan una palabra cuando uno manifiesta que es argentino: “Maradona”. Lo aman y lo equiparan a un D10S. Según dicen, demostró que se puede llegar a lo más alto sea cual sea la situación de uno. Y que África entera está con él. Los que desde acá vivimos esto, sólo pedimos respeto y sobre todo memoria. Que una vez en la vida nos dediquemos a apoyar a quienes intentan hacernos grandes en algo. Si logramos eso, confío plenamente en que el sueño continúe.

Nos toca Alemania. Otra vez cuartos de final. Como en 2006. De nuevo estos hombres frío. Esos que me arrancaron lo que más quería hace cuatro años. Los mismos que terminaron con aquel viaje de la manera más triste. Los del famoso 30 de junio. El fútbol, como la vida misma, te da revancha. Y a diferencia de quienes querían jugar con Inglaterra, yo prefería enfrentar nuevamente a los alemanes. Porque quería mi revancha. Como diría Serrat, entre estos tipos y yo hay algo personal. Me quedó una espina muy clavada y es una oportunidad de oro para sacármela. Sueño cada hora de esta semana con que el sábado sea EL DÍA. Pagarles con la misma moneda. Vengar sanamente esas lágrimas de Berlín que me lastimaron y mucho. Que el muchachito 10 tenga su partido consagratorio. Como me dijo una persona muy especial, que el calor derrita el hielo; y que la pasión le gane a la estructura. Porque se trata de eso. De una pasión tan grande y tan nuestra que nos distingue. Yo soy un apasionado de esto. Como tantos otros. Y quiero que este sueño siga levantando vuelo. Y si siguen pasando cosas se puede. El fútbol muchas veces gratifica a quien más lo siente. Todo puede pasar. Acá lo vivimos con cautela pero con mucha ilusión. La que no voy a perder nunca; gracias a ella voy a seguir delirando de felicidad. En Ciudad del Cabo se escribirá otro capítulo de este gran sueño. Esperemos sea uno importante. Les prometo que dejaré hasta lo que no tengo para que así sea. Lo daré absolutamente todo. Quiero llevarles eso que me desvela. La felicidad misma. Cuando un sudafricano me preguntó hace algunas horas, para qué había venido a Sudáfrica, pensando en una bandera inolvidable le respondí: VINE A BUSCAR LO QUE ES NUESTRO.

Desde Ciudad del Cabo,

Con amor ,
Damián

28.06.10