"El hombre puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar... no puede cambiar su pasión"


8 de septiembre de 2010

LÁGRIMAS CELESTES Y BLANCAS‏


El día después teñido de celeste y blanco. Las bocinas sonaban a más no poder y el “vamos… vamos Argentina” se imponía en todo Ciudad del Cabo. Las calles de Camps Bay invadidas por camisetas con el famoso número 10 y las banderas como muestra fiel de ese sentimiento que había tenido otro episodio glorioso, uno más. Los grupos de amigos planeando la forma de llegar a Durban, ultimando los detalles para arribar en caravana a una de las ciudades balnearias más lindas de Sudáfrica. Todo en marcha para seguir dejando ese sello distintivo, para continuar transmitiendo esa pasión que el mundo entero pudo evidenciar en territorio africano desde principios de junio. Las cosas estaban dadas. A esa altura la ilusión era cada vez mayor y la fe era el único estandarte. Las caras lo decían todo, absolutamente todo. Porque en ellas no había más que felicidad y gratitud. Risas y canciones al ritmo de un bombo que ponía la música ideal para un momento único. Ese que todos anhelaban. Por el cual la mayoría de los apasionados había prometido entregar hasta su vida misma. El tren de la felicidad seguía su rumbo. La última parada era la gloria, y no estaba tan lejos. Se había hecho historia. Los colores se erigían en lo más alto. Todo un país vibrando por aquello que lo había paralizado desde hace un mes y que en Sudáfrica se vivía de una manera muy especial. Con el corazón en la mano. Haciendo fuerza por todos. Así eran las cosas en el domingo perfecto que había soñado. Ese era el escenario que mi fanatismo y mi sentimiento configuraron en mi cabeza, poniéndome la piel de gallina. La situación ideal. Quizás demasiada perfecta para ser real. En lugar de ello, la cruda realidad nos refregó un panorama desolador. Uno de los más tristes que yo recuerde. Seguramente bastante más doloroso que hace cuatro años. Sencillamente no me salen las palabras, me quedé sin libreto. No sé qué decir para explicarles tanto dolor, tanta desilusión. Al igual que muchos de los locos apasionados con los cuales compartí este hermoso camino, yo también estoy abatido. Quebrado. Sin ganas de nada. Recibimos un golpazo inesperado y todo desapareció en cuestión de minutos. La angustia que se siente acá es poca comparada con la que se imaginan. El dolor es tal que hasta te duele el pecho. Pero como dice mi sabia madre, hay que ponerle la integridad de uno mismo a los malos momentos. Y no me quería borrar. Por eso estas últimas sensaciones desde lo que pudo ser. Caminar por Ciudad del Cabo fue transitar la tristeza misma. Las lágrimas invadieron cada rostro argentino y ya ni siquiera hubo saludos cálidos entre compatriotas. Cada uno inmerso en su propia infelicidad, escondiéndose del resto para no quebrarse y terminar en un gran llanto infinito. Recorrer las calles de Sudáfrica ya tiene gusto a poco, o mejor dicho a nada. Porque se sigue jugando un mundial, pero no para los argentinos. Se terminó para nosotros. Ya es historia. Y la misma canción que nos alegraba y encendía días atrás, hoy no hace más que clavarnos una daga donde más nos duele. Es imposible no comerse la cabeza pensando en cómo eran las cosas en el “antes”. En esa secuencia que seguramente todos hubiéramos querido guardar para siempre: porque era un momento único, incomparable. Todo inmortalizado en su punto justo, librado de los posibles desencantos que la vida nos pone delante.
Otra vez fueron ellos. De nuevo estos hombres de acero. Mi sueño se topó por segunda vez con esta armada del fútbol que nos mostró cómo es esto de los mundiales, y nos mandó a casa. Perdonen mi falta de precisión, pero en realidad fue la tercera vez que ellos me arrancaron mi sueño de las manos. La primera fue hace mucho, 20 años atrás, cuando apenas era un pequeño de escuela primaria. Luego de una falta que sólo se vio en México, esta pasión que llevo demasiado adentro mío me hizo derramar mis primeras lágrimas. Imposible olvidarlo. Todavía recuerdo a mi queridísima hermana mayor preguntándome qué me aquejaba aquel domingo de invierno de 1990. Claro, ni por asomo se imaginaba que su pequeño hermanito, luego con el tiempo, iba a forjar toda una vida ligada a esto que él mismo intenta explicar sin suerte; suene a locura o no, marca el ritmo de su vida. Tampoco nadie se imaginaba el sábado último, que el desenlace iba a estar marcado por nuestras lágrimas eternas. Debo confesarlo: lloré y mucho. Lo vengo haciendo desde el pitazo final y no me sale otra cosa. Porque no me quería ir de ese estadio, o al menos no de esa manera. La noche misma nos marcó el camino de salida de las tribunas; ni yo ni ninguno de los que se encontraban a mi lado quería que terminara el sueño. Nos aferramos a nuestros asientos por un largo tiempo, con la falsa ilusión de que algo iba a cambiar, que el final de la historia iba a ser otro. Que algo iba a pasar para que los afortunados sean de una vez por todas los que más lo sienten. Pero no. El sábado entendí que tanta pasión y tanto amor no es suficiente. Hay que tener algo más. No alcanza sólo con eso. Los alemanes seguramente tienen la receta perfecta. Su estructura y su frialdad son ideales para estos momentos. Y su fútbol es cada vez mejor. Fueron contundentes y precisos. Si bien “misteriosamente” recuerdo sólo momentos del partido, su victoria no se discute en absoluto. A su oportunidad de oro en el minuto 3, le sumaron todo un repertorio envidiable (lo que sí repudio es todo el análisis mal intencionado con el diario del lunes. Algo típico en los momentos difíciles). A esta altura, no está mal admitir que ellos son ampliamente superiores. Seguramente lo son y lo seguirán siendo. Pero ya se los he comentado, la vara de los que ahí estábamos se mide por otro lado. En el plano donde sí les damos pelea. En el mismo en que reconociéndonos inferiores dentro de la cancha igualmente tenemos fe; creemos que las cosas pueden cambiar y ser distintas. Inclinarse para nuestro lado. Soñamos con intentar plasmar dentro del rectángulo eso que nosotros mismos sentimos. De ahí nuestras canciones, arengas, abrazos. Las banderas que nos envuelven y nos empapan con nuestros colores. Las leyendas de “estamos todos” o de “pasión única”. La locura y la felicidad con que venimos viviendo desde hace un mes. Ese sueño que nos moviliza y que en el camino fue dejando esta vez un puñado de momentos hermosos e irrepetibles. Como diría un autor de mi agrado: la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como esos, instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede, todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos. De ahí nuestra mirada perdida en el horizonte en busca de un por qué. Habíamos hecho nuestra parte al pie de la letra. Pero no fue suficiente. Un vacío absoluto que no se llena con nada. Realmente desagradable darse cuenta que todo lo que se fue forjando desde hace meses, ya no tiene vuelta atrás. No hay retorno posible.

El sueño quedó trunco. El destino y el fútbol nos jugaron nuevamente otra mala pasada para volvernos a casa con las manos vacías. Sólo me queda agradecerles, por haber recibido cálidamente mis líneas a lo largo de toda mi estadía. Pero por otro lado también disculparme. Porque fallé. Porque no traje lo que fui a buscar. Si bien lo dimos todo, no se pudo. No pude traerme eso de lo que les hablé hasta el hartazgo. Imagino que tanto dolor y tanta frustración no va a desaparecer nunca. Sí les puedo decir que a pesar de la angustia con la que estoy viviendo estos días, me propuse llevar con la frente en alto toda mi pasión por estos colores. Por ello no oculté mi camperita argentina, y a pesar de los comentarios continuos e hirientes a cada paso, hoy la sigo vistiendo con orgullo. Lo siento así y sería ir contra mi esencia no hacerlo. El grupo de grandes personas con las que compartí esta epopeya me demostró que es mucho más fácil “esconderse” tras un escudo para no sufrir; para no sentir. Y a tantos kilómetros de distancia se sufre mucho más cuando las cosas salen mal. Pero estaría bastardeando nuestra virtud más linda y genuina ; ocultarnos utilizando la indiferencia como excusa no me parece una opción. La felicidad que fuimos transitando con el correr de los días no se negocia, no puede resignarse así de fácil. Ni con el golpe más duro. Es verdad, no se pudo hacer “Lío” en Ciudad del Cabo, pero les aseguro que lo vivido junto a todos los argentinos no tiene precio. Con los de allá también, obvio. No se dan una idea de cómo nos sentíamos cada vez que recibíamos palabras suyas relacionadas a lo que estábamos viviendo, al sueño de todos. Puede sonar a conformismo, pero los sinsabores como este no hacen más que reafirmar mi forma de sentir tan leal; y la de tantos otros. La pasión y las ganas de trascender que vi en Sudáfrica me dan la razón. Es el final. Imagino que no los molestaré más. Hasta acá llegó tanta pasión. La vida indica que hay que regresar a la normalidad, se terminó ese mes de gracia que tanta ilusión y felicidad nos generó. En África ya no queda nada. Sólo LÁGRIMAS CELESTES Y BLANCAS.

Cariños totales,

Damián , el que no pudo volver campeón mundial.

Pd: El agradecimiento más grande de todos es nada más y nada menos que para mi familia. Ellos bien saben de su importancia invaluable en todo esto.

Pd: Con el dolor a flor de piel también pude entender lo difícil que es ganar un mundial. Por eso nos obsesiona tanto. Hay alguien que lo pudo hacer casi sólo (separando las circunstancias políticas poco “agradables” de nuestro primer éxito). Nos mal acostumbró. Nos hizo grandes. Sin él seríamos la nada misma. Reitero mi pedido de respeto. Conservemos el deber de la memoria. “Barrilete pecho inflado con el Sol de nuestros sueños” Gracias! (aporte de alguien que lo entendió bien http://www.youtube.com/watch?v=7yJDW4iXL6o)

Pd: Como me dijo un gran amigo, con este nuevo golpe, quizás el destino nos esté preparando para una alegría histórica en tierra brasilera. Para que la felicidad sea realmente completa. Porque lo dulce nos es tan dulce sin lo amargo. Soñemos de nuevo… no cuesta nada. Yo les escribo desde allá!