"El hombre puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar... no puede cambiar su pasión"


29 de julio de 2010

MARTÍN SOÑADOR



Se percibía en el aire. La mayoría de los presentes apostaba el viaje entero a que este señor iba a dejar su sello. También lo deseaban. Porque su vida de película trascendió todo fanatismo previo y últimamente sus “milagros” también se vistieron de celeste y blanco. Imposible olvidar aquel día lluvioso del mes de Octubre. Una época difícil para todos los que hoy dicen presente acá en Sudáfrica. Una sensación tan amarga como inolvidable. Fueron algunos minutos en que el temporal iba de la mano con lo que se estaba viviendo: un panorama frustrante. En aquella oportunidad, los rostros de quienes presenciaron el mal trago lo decían todo. Fueron instantes de pánico total y la lluvia no hacía más que enrarecer todo. Pero apareció él. Como en una película. Para concretar nuevamente una epopeya y enderezar un barco que tenía al fondo del mar como destino. Puso su sello como otras tantas veces, pero quizás sin saber que aquel aporte resultó ser el cimiento más fuerte de este sueño que se alimenta desde la fría Sudáfrica. En Polokwane apareció nuevamente para emocionar a todos. A los de acá y a los de allá. Le terminó de dar forma a lo que instantes antes habían iniciado sus compañeros. Ese número 18 quedará en la historia, al igual que las lágrimas derramadas gracias a él y en su honor. Otro peldaño más de esa escalera que conduce a lo más alto y que a esta altura ya no entiende de racionalidad.
El martes transcurrió con mayor tranquilidad que de costumbre. Seguramente algo entendible dado las circunstancias. Pero imagino que ciertos comportamientos se mantendrán idénticos, sin dependencia alguna de los acontecimientos. El grupo de soñadores alimentó su sueño tal cual lo venía haciendo. Con pasión, energía y esas ganas locas de trascender que emocionan a cualquiera. El famoso sentimiento que les brota desde el alma y que por más que intentan explicar, nunca encuentran la manera. Porque no se entiende. Tampoco se explica. Simplemente es así. Viene con cada uno y se contagia entre pares. Como esa otra sensación que anda dando vueltas desde principios de junio en tierra africana. La que pone de manifiesto un repudio total a lo que se fue generando desde hace unos meses a esta parte. Aquella premisa de que estaba todo perdido, que no valía la pena ni intentarlo; peor no podían estar las cosas y el desastre era total e irreversible. Como nunca antes. O mejor dicho, como siempre. Déjenme decirles que existe un grupo de personas que nunca entendió esa lógica. Y que decidió apostar por este sueño. Haciendo oídos sordos a la teoría apocalíptica y demostrando que creyendo se puede volar alto. Al día de hoy, esto es un carnaval celeste y blanco. Y nadie puede decir lo contrario. Pase lo que pase. El destino quiso que Grecia quedara atrás y que sea nuevamente México el escollo a superar, como en 2006. Empezamos a transitar un terreno pantanoso, difícil y delicado, ya que como vengo sosteniendo, las cosas pueden cambiar en cuestión de segundos y el sueño desaparecer barranco abajo. Pero la ilusión desde acá la tenemos, y yo más que nunca. Porque lo veo en los rostros de quienes me acompañan, en sus comentarios, en cada una de las calles donde la marea de argentinos transmite algo que al día de hoy el país anfitrión y gran parte del mundo no comprende. No están acostumbrados a esos abrazos eternos, ni a las banderas y mucho menos a esa capacidad peculiar de transformar un tranquilo restaurante en una tribuna con los colores argentinos. Y todo eso te llega al alma. Porque me deleito viendo jugar al muchachito 10 y sus compañeros. Porque me agarra un frío inexplicable en el cuerpo cuando me detengo a pensar en todo esto que vivo y siento desde acá. Y también en el allá. Pero todo producto de la emoción y de este sueño que me acompaña desde siempre. Porque siento que se puede. Porque están pasando cosas. Muchas. De esas significantes, que quieren decir algo. De las buenas. Las mismas que nosotros mismos alimentamos para que sigan sucediendo. Les aseguro que están pasando. Sino… pregúntenle a MARTÍN SOÑADOR.


DESDE PRETORIA,


24.06.10

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